martes, 26 de mayo de 2009

A los creyentes darwinistas les faltan monos y tiempo, y les sobra fantasía




Hace unos meses, el profesor Herrero Brasas publicó este artículo en El Mundo. Para mi fue una sorpresa, nunca antes había visto algo parecido en la prensa española, solo conocía algún escrito de Juan Manuel De Prada. El artículo del profesor Herrero, expone con claridad los problemas estadísticos a los que se enfrenta el darwinismo, hace vislumbrar algo la inmensidad de los milagros que exige la doctrina a sus creyentes de una forma somera pero accesible a cualquiera aunque no esté familiarizado con el tema. To be or not to be es infinitamente más simple que la más sencilla de las enzimas que aparecieron por azar. Destaco estos párrafos centrales del articulo:


La idea de la supervivencia del más fuerte, versión original de la teoría de la evolución darwiniana, entendida como mecanismo exclusivo, carece de suficiente fuerza explicativa. Por ello daría paso en la segunda mitad del pasado siglo a la más sofisticada noción de mutación genética por azar (random genetic mutation). Las mutaciones genéticas, que se producen por azar, pueden ser positivas (las que favorecen una mejor adaptación al medio y proporcionan ventajas reproductivas), indiferentes o negativas. Las mutaciones favorables ocurridas al azar -estadísticamente muy improbables- se habrían ido acumulando hasta dar lugar al estado actual de la naturaleza. Por supuesto, según la teoría, el proceso es más complejo de lo que es posible explicar en un par de líneas, pero lo que subyace en definitiva es la noción del puro azar.

La idea de que, dada la suficiente cantidad de tiempo, el azar es capaz de dar lugar a todo tipo de combinaciones ha sido defendida por los teóricos más radicales del evolucionismo. Es famoso el planteamiento del astrónomo Sir Arthur Edington, que en 1929 afirmó que, dado el tiempo suficiente, un batallón de chimpancés tecleando al azar acabaría escribiendo todas las obras que hay en el Museo Británico. Hoy, sin embargo, una rama de las matemáticas, la probabilística, valiéndose de los últimos avances de la informática, ha demostrado la práctica imposibilidad de la predicción de Edington, y con ello, sin pretenderlo, ha planteado un imponente reto a la teoría de la evolución. Un ejemplo concreto que ponen matemáticos y expertos en probabilidad, como Michael Starbird, de la Universidad de Texas, es el análisis de las probabilidades que hay de que a base de teclear una combinación de 18 caracteres y espacios al azar surja de modo fortuito la shakespeareiana frase To be or not to be.

Este es el resultado: si tuviéramos mil millones de chimpancés tecleando al azar una vez por segundo una combinación de 18 letras y espacios (los que ocupa dicha frase) desde el inicio mismo del universo, hace aproximadamente 13.700 millones de años, la probabilidad de que para el momento actual en alguno de esos tecleos al azar hubiera surgido To be or not to be es una de entre mil millones. Es decir, pese a ese inimaginable número de tecleos, la aparición de dicha frase al azar es infinitamente más improbable que ganar la más difícil de las loterías a base de comprar tan sólo un billete.

Cada una de los millones de coincidencias fortuitas, mutaciones y combinaciones de mutaciones al azar que han tenido que ocurrir para dar lugar a la extrema sofisticación del organismo humano y del resto de la naturaleza implican una probabilidad menor que la aparición de To be or not to be en un tecleado al azar. No hará falta decir más para hacerse idea del descomunal problema que este hallazgo representa para una teoría de la evolución puramente ciega, al azar: dicho de modo simple, no ha habido, ni remotamente, tiempo suficiente desde que hay vida en el planeta Tierra para que se produzcan y acumulen al azar semejante cantidad de mutaciones.

martes, 19 de mayo de 2009

La gallina





Son muchos los físicos a los que cuando echan un vistazo a la doctrina darwinista, se les ponen los pelos de punta, viendo como esas estupideces pueden ser consideradas como ciencia válida. Para Robert B Laughlin, Nobel de física y que ha reflexionado mucho sobre que es la ciencia y el método científico, el darwinismo es el mejor ejemplo de una antiteoría, una ideología que realmente frena el pensamiento y el avance del conocimiento.

Gran parte del actual conocimiento biológico, es ideológico.Una clave del pensamiento ideológico es la explicación que no tiene implicaciones y que no puede ser verificada. Yo llamo a tales caminos lógicos cerrados, antiteorías, porque tienen exactamente el efecto opuesto de las teorías reales: detienen el pensamiento en vez de estimularlo.
La evolución natural por selección natural, por ejemplo, que Charles Darwin concibió originalmente como una gran teoría, ha venido últimamente a funcionar más como una antiteoría, llamada para cubrir los resultados experimentales embarazosos y legitimar descubrimientos que en su mejor estado son cuestionables y en su peor estado ni siquiera equivocados. ¿Su proteína desafía las leyes de la acción de masas?¡La evolución lo hizo! ¿Su desorden complejo de reacciones bioquímicas se convirtió en un pollo? ¡La evolución! ¿El cerebro trabaja bajo principios lógicos que ningún computador puede igualar? ¡La causa es la evolución!

Robert B Laughlin

Lo que más me ha gustado de esta cita es como la evolución es la solución al problema que supone como un lío de reacciones químicas se trasformó en un pollo. La solución siempre es la evolución darwinista o en su defecto la gallina. Me ha recordado una reflexión de ese gran pensador darwinista, que según algunos es el mejor filosofo de los últimos siglos, que confunde o identifica la evolución con la gallina.
«¿Cómo de caro sería construir una máquina que partiendo de huevos revueltos a la entrada, entregase huevos enteros a la salida? La evolución nos da una solución inmediata; simplemente pon una gallina viva en una caja. Dale huevos revueltos para comer, y pondrá huevos enteros para ti.» —Daniel C. Dennett

viernes, 8 de mayo de 2009

El origen de la información biológica y las categorías taxonómicas superiores






En 2004 Stephen C. Meyer publicó un artículo titulado El origen de la información biológica y las categorías taxonómicas superiores, en la revista Proceedings of the Biological Society of Washington. El revuelo que se armó por la publicación precedió a la persecución del editor Richard Sternberg. La publicación había seguido las normas habituales, siendo revisada por tres especialistas de diversas universidades, y trata un problema muy importante de la evolución biológica, pero los capos darwinistas no podían permitir que se expusiese un problema que deja en evidencia las fantasías de la doctrina.
La revista es de bajo impacto, pero pertenece a la Smithsonian Institution, una poderosa organización en la que como en otras, sus dirigentes son fervientes defensores de la mitología darwinista y censores feroces de sus críticos. Aquí, o aquí se puede leer un relato de lo sucedido.
Por cierto, en los sótanos de la Smithonian permanecieron durante muchas décadas ocultos los miles de fósiles de Burgess Shale, los más maravillosos jamás vistos, pero que no se podían mostrar a la comunidad científica porque evidenciaban el alcance de la Explosión Cámbrica, tan poco compatible con la doctrina darwinista.
Lo cierto es que el darwinismo no puede persistir sin una feroz censura que frene desde la raíz cualquier crítica que desvele la estupidez de esta filosofía.

Recomiendo leer el artículo completo, pero aquí algunos párrafos:

Muchos científicos y matemáticos han cuestionado la capacidad de las mutaciones y de la selección para generar información, en forma de nuevos genes y proteínas. Tal escepticismo se deriva a menudo de las consideraciones sobre la extrema improbabilidad (y especificidad) de los genes y proteínas funcionales.
Un gen típico contiene más de mil bases precisamente ordenadas. Para cualquier ordenamiento específico de longitud n de cuatro nucleótidos, hay un número correspondiente de 4^n ordenamientos posibles. Por cada proteína, hay 20^n ordenamientos posibles de aminoácidos formadores de proteínas. Un gen de 999 bases de longitud representa una de 4^999 secuencias posibles de aminoácidos; una proteína de 333 aminoácidos, una de 20^333 posibilidades
.


la extrema especificidad y complejidad de las proteínas presenta una dificultad, no sólo para el origen aleatorio de la información biológica especificada (esto es, para las mutaciones al azar actuando solas), sino también para la selección y las mutaciones actuando concertadamente. En efecto, los experimentos en mutagénesis arrojan dudas sobre cada uno de los dos escenarios mediante los cuales los neodarwinistas conciben la aparición de nueva información, surgida a partir del mecanismo de mutación/selección (para una revisión, ver Lonnig 2001). Para los neodarwinistas, los nuevos genes funcionales aparecen ya sea a partir de los segmentos no codificantes en el genoma, o bien a partir de genes preexistentes. Ambos escenarios son problemáticos.


los nuevos animales del cámbrico requerirían proteínas de mucho más de 100 unidades para llevar a cabo muchas funciones especializadas. Ohno (1996) ha observado que los animales del cámbrico habrían requerido proteínas complejas tales como la lisil-oxidasa para soportar sus robustas estructuras corporales. Las moléculas de lisil-oxidasa en los organismos vivos contienen más de 400 aminoácidos. Estas moléculas son, a la vez, altamente complejas (no repetitivas) y funcionalmente especificadas. Una extrapolación razonable a partir de experimentos en mutagénesis hechos en moléculas de proteínas más cortas, sugiere que la probabilidad de producir proteínas secuenciadas funcionalmente de esta longitud, al azar, es tan pequeña, como para hacer absurdas las apelaciones a la casualidad, aun concediendo la duración de todo el universo.


El mecanismo de la selección/mutación enfrenta otro obstáculo probabilístico. Los animales que aparecen en el cámbrico exhiben estructuras que habrían requerido muchos nuevos tipos de células, cada una de las cuales habría necesitado numerosas proteínas nuevas para llevar a cabo sus funciones especializadas. Además, los nuevos tipos celulares requieren sistemas de proteínas que deben, como condición de su funcionamiento, actuar en estrecha coordinación unos con otros. Esta unidad de selección en tales sistemas, alcanza a la totalidad del sistema. La selección natural selecciona a partir de una ventaja funcional. Pero los nuevos tipos celulares requieren sistemas enteros de proteínas para realizar sus funciones precisas. En tales casos, la selección natural no puede contribuir al proceso de generación de la información hasta después que la información necesaria para formar el requerido sistema ya ha aparecido. Por lo tanto, las variaciones al azar deben, una vez más, hacer el trabajo de generación de la información —y ahora no simplemente para una proteína, sino para muchas proteínas apareciendo casi al mismo tiempo. Por eso, las probabilidades de que esto ocurra solamente por azar son, desde luego, mucho más pequeñas que las probabilidades del origen al azar de un único gen o de una proteína —tan pequeña, de hecho, como para hacer problemático el origen aleatorio de la información genética necesaria para formar un nuevo tipo celular (una condición necesaria pero no suficiente para construir una nueva estructura corporal), aun teniendo en cuenta los cálculos más optimistas sobre la duración de la explosión del cámbrico.


El análisis del problema del origen de la información biológica, por lo tanto, pone de manifiesto una deficiencia en los poderes causales de la selección natural, que corresponde precisamente a los poderes que caracterizan singularmente a los agentes (inteligentes). Dichos agentes inteligentes tienen previsión y pueden seleccionar objetivos funcionales antes de que estos existan. Ellos pueden inventar o seleccionar los medios materiales para llevar a cabo aquellos objetivos, de entre un conjunto de posibilidades y luego realizar esos objetivos de acuerdo a un plan, designio o curso preconcebido de requerimientos funcionales. Los agentes racionales pueden restringir los espacios de combinación teniendo en cuenta resultados lejanos. Los poderes causales que la selección natural no tiene —casi por definición— están asociados a los atributos de la conciencia y la racionalidad —con inteligencia intencional. Por ello, al invocar el diseño para explicación del origen de la nueva información biológica, los actuales teóricos del diseño no están proponiendo un elemento explicatorio arbitrario, no motivado por la consideración de la evidencia. En lugar de eso, están proponiendo una entidad que posee precisamente los atributos y poderes causales que el fenómeno en cuestión requiere como condición de su producción y explicación.
Conclusión
Como sugiere el análisis, basado en la experiencia, de los poderes causales de varias hipótesis explicativas, el diseño intencional o inteligente es una explicación causalmente adecuada —y quizá la más adecuada— del origen de la información compleja especificada necesaria para construir los animales del cámbrico y las nuevas formas que ellos representan. Por esta razón, el reciente interés científico en la hipótesis del diseño es poco probable que disminuya, en tanto los biólogos sigan lidiando con el problema del origen de la forma biológica y de las categorías taxonómicas superiores.